La irrelevancia de llamarse Poncho (Laura Sanz)

Desde que terminé la trilogía de los hermanos Landvik y supe que Poncho tendría su propio libro, sabía que tendría que leerlo. Este estirado, megapijo y aun así sensato hermano de Eli se merecía la oportunidad de demostrar que no solo es un gran apoyo para su hermana, sino que podía ser protagonista de su propia historia. Y qué historia. 

SINOPSIS:

Sex bomb

Así la guardaba en su móvil. Y es que Estela era una bomba de relojería y Poncho se derretía cada vez que la tenía cerca, por muy diferentes que fueran. Él, que era un codiciado soltero, nunca había sentido verdadero interés por ninguna mujer hasta que ella apareció en su vida. Solo que... Estela no parecía muy impresionada ni por su posición social ni por su dinero, más bien todo lo contrario. Darle esquinazo, aparentemente, se había convertido en su pasatiempo favorito.

Pero él era muy persistente y no quería ser tan solo uno más para ella. Se había propuesto conquistarla...

Superpijo

Así le llamaba. Y con razón. De buena familia, con un piso en la mejor zona de Madrid, un cochazo impresionante y Director General de una gran compañía, Poncho Álvarez era exactamente eso... un pijo arrogante y pagado de sí mismo que coleccionaba mujeres. De los tipos así huía ella como de la peste. No obstante, admitía que físicamente no estaba nada mal. A lo mejor, debajo de aquellos trajes escandalosamente caros y ese nombre horroroso, había un hombre de verdad con el que poder divertirse un rato, ¿no?

Estela estaba decidida a que él aterrizase en su cama. Se había propuesto probarle y luego desecharle...

* * *

Diría que, de entrada, la portada (que, por otra parte, es preciosa) despista un poco. Porque Estela no es una versión femenina de los Landvik, puesto que en realidad viene de los mismos círculos sociales en los que se mueve Poncho, aunque los odie. Es una rebelde, un poco loca y que lleva esa rebeldía hasta sus últimas consecuencias, pero al fin y al cabo es una niña bien. Otra cosa es que reniegue voluntariamente de aquello en lo que sus estirados padres insistían en convertirla. 

Poncho, por otra parte, ya demostró en la trilogía Landvik que  por muy pijo que sea (que lo es, vaya si lo es), tiene buen fondo, y no es ni tan arrogante ni tan pagado de sí mismo como Estela piensa. Sí da la impresión de ser bastante superficial, que al fin y al cabo es lo que se estila en los ambientes en los que se desenvuelve, pero no es idiota y mucho menos insensible. 

La fascinación que Estela ejerce sobre él desde el primer momento, unida a la forma en que pasa olímpicamente de mantener un mínimo contacto entre ambos, como si le provocara alergia, es suficiente como para que se fije la meta de conseguir llegar hasta ella. Al principio se trata de una atracción puramente sexual, probablemente enlazada con el morbo de que ella es todo lo contrario a la mayoría de mujeres que conoce (y que su madre aprobaría), pero pronto se establece entre ambos una extraña amistad, una complicidad enorme y algo que se les empieza a ir de las manos. 

Toda la novela está llena de escenas divertidísimas, algunas rocambolescas e hilarantes. Pobre Poncho, me ha dado hasta pena ver cómo lo trata Estela. Es una protagonista absolutamente carente de filtro, que dice y hace en muchas ocasiones lo que se le pasa por la cabeza sin pensarlo ni dos segundos. Deberían canonizar a Poncho como el santo de la paciencia, porque, aunque es insistente (y tiene más moral que el alcoyano, todo hay que decirlo), controla sus ganas para no espantarla y le aguanta una cantidad de dudas e inseguridades que casi sorprenden en una mujer como ella. Obviamente, también tiene momentos muy emotivos, escenas en las que priman los sentimientos, e incluso algunas en las que ves la vulnerabilidad de sus protagonistas detrás de la fachada de cada uno. 

No hay grandes dramas, es una lectura amena, un poco loca, apasionada y perfecta para pasar un buen rato, echar unas risas y pasar la última página con una sonrisa de satisfacción tras el reencuentro con el clan Landvik al completo. 

Sí, sin duda, Poncho se merecía esta historia. Y, después de conocer al hombre que hay bajo esa ropa de marca, que tenga un nombre tan horroroso, al final ni siquiera importa.