Un grito desgarrador cruzó el
aire y, apenas un instante después, la puerta de la habitación se abrió de par
en par. Nina entró corriendo, asustada.
—¿Estás bien, mi Señora?
La reina Serena, sentada en la
cama, empapada en sudor y con el pelo revuelto y pegado a las mejillas, trataba
de recuperar el aliento. Se pasó la mano por la frente y suspiró.
—Solo ha sido otra pesadilla. ¿He
gritado muy alto?
Su dama la miró con comprensión y
calidez, y le ofreció un poco de agua.
—No, Señora. No más que otras veces, pero ya sabes que tengo el oído muy fino.
El pesar se reflejó en el rostro
de Serena.
—Espero no haber despertado a
Josh.
—Mi hijo duerme como un tronco,
no tienes que preocuparte por eso. En realidad no creo que nadie más que yo se
haya despertado.
La reina tomó un sorbo de agua,
que le bajó por la garganta sin aliviar la sensación de sed. Tenía la boca tan
seca que no lo remediaría ni bebiéndose todo el lago. Tragó con dificultad y se
pasó la lengua por los labios, que sentía calientes y agrietados, casi como la
tierra desértica que había más allá de las montañas del sur.
—Siento haberte molestado, Nina.
Ya estoy mejor, gracias.
Nina asintió con la cabeza,
aunque sin ningún convencimiento. La reina distaba mucho de estar bien, y no
era la única que se había dado cuenta de ello. Las pesadillas se repetían con
demasiada frecuencia, y aquello ocurría desde hacía tanto tiempo que no
entendía cómo podía soportarlo sin volverse loca.
Había temporadas en que la
situación mejoraba un poco, como cuando Lena había regresado y su tira y afloja
con su madre por causa del helio le había causado a esta tantos quebraderos de
cabeza que ocupaba incluso sus sueños. Al menos así, el problema con su hija
había sustituido durante un tiempo a su otro problema, el que realmente le
quitaba el sueño.
Nina sabía cuál era, y la reina
también. Todos lo sabían. El problema eran unos recuerdos tan dolorosos que le
impedían descansar desde hacía años y se mantenían tan vívidos que cada noche,
cuando se despertaba, parecía que todo hubiera ocurrido apenas ayer.
Maldita memoria selena. Si al
menos le sirviera para taparlos podría resultarle de utilidad. Pero no, no le
servía. Durante años había tratado de recurrir a sus buenos recuerdos, a sus
recuerdos de su marido, para borrar esos sueños aterradores. Sin embargo, las
malditas pesadillas no cedían, más bien al contrario. Estaban terminando por
emborronar el recuerdo de Seth, que cada vez parecía más débil.
Aquella noche horrenda que tan
bien recordaba iban a celebrar la fiesta del fuego, como de costumbre. Sabían
que había habido incursiones de helios en la zona, pero no se habían preocupado
en exceso. Habían pensado que no serían más que simples bandidos, que no se
atreverían a acercarse a la villa, y menos aún al castillo.
Cuando se empezaron a encender
hogueras en la lejanía nadie notó nada raro, salvo quizás Serena, cuya energía
se resintió de alguna manera. Algo no iba del todo bien. Al principio pensó que
era algún tipo de añoranza por Marcus, que estaba visitando a su abuelo Kiefer,
pero enseguida se dio cuenta de que no se trataba de eso. Tan pronto como las
hogueras empezaron a proliferar.
No eran hogueras. Los helios los
atacaban y estaban incendiando casas, granjas y graneros en todas direcciones.
Se acercaban a la villa, y al castillo.
Su madre, Alana, había entrado
corriendo en su habitación, con la angustia reflejada en su amable rostro
surcado de arrugas.
—¡Vienen a por nosotros, Serena!
—Lo sé. Seth acaba de salir a
organizar a la guardia.
La guardia consistía en poco más
que quince o veinte hombres, cuya preparación era en realidad muy básica.
Alguna vez se las habían tenido que ver con ladrones o bandidos que entraban en
sus tierras y robaban o intimidaban a algún campesino, pero poco más. No
estaban adiestrados para la guerra, ni sabían apenas nada de tácticas
defensivas. Los Antiguos no les habían dado ese conocimiento porque no estaba
previsto que los humanos hibridados lucharan entre ellos, ya que se entendían
sin problemas. El problema eran los helios, y como los selenos no tenían ese
conocimiento de manera innata y no se habían entrenado convenientemente, serían
una presa fácil. Serena lo había intuido desde el principio.
—Me voy a llevar a las niñas al
bosque. Espero que no sea necesario, pero si nos acorralan abriré un portal y
las enviaré a la Tierra.
Cada vez que recordaba aquella
parte sus ojos se llenaban de lágrimas. Se había despedido de sus hijas
prometiéndoles que todo se arreglaría y volverían a reunirse. Las había besado
y abrazado, y había puesto en su madre todas sus esperanzas.
Los soldados habían llegado al
castillo poco después de que la sacerdotisa huyera con las dos pequeñas. Habían
tirado la primera puerta abajo sin mayores problemas. Los hombres habían
luchado en el patio contra demasiados enemigos como para tener alguna
posibilidad, mientras la aldea era sistemáticamente arrasada por más helios. Muchos
más de los que nunca podrían haber imaginado que llegarían.
Serena estaba encerrada en la
torre y había contemplado con horror la entrada de sus enemigos y la lucha
desigual. Seth se había enfrentado a uno, a dos a la vez, y entonces un hombre
de aspecto brutal y pelo entrecano lo había atacado por la espalda, golpeándolo
con dureza en un costado. Cuando su marido se había doblado sobre sí mismo,
había alzado de nuevo su espada para dar el golpe mortal.
Y ella había visto la rubia
cabeza de Seth rodar por el suelo del patio.
Todavía le entraban náuseas al
recordarlo.
Después los soldados habían
entrado en la torre. Algunas mujeres habían conseguido esconderse, pero ella no
había tenido suerte. La reina era un premio demasiado valioso y habían ido a
por ella desde el primer momento.
Por lo menos, había sentido el
portal, y había sabido que sus hijas estaban a salvo, aunque fuera lejos de
todo lo que habían conocido hasta entonces. Su madre se había comunicado con
ella un instante antes de que los soldados llegaran también al bosque, y de
pronto la energía en estado casi puro y en forma de dolor intenso había
empujado desde el interior de su alma atravesando cada poro de su piel, hasta
el punto de que el soldado que acababa de capturarla la soltó con un grito.
—¡Ay! ¡Zorra, me has dado
calambre!
La abofeteó con fuerza antes de
sujetarla de nuevo y sacarla a rastras de la torre. Serena dejó ir una lágrima
solitaria al sentir la certeza de que su madre estaba muerta y ella era la
nueva sacerdotisa.
Los helios habían destruido la
mitad de la aldea. Habían matado a muchos de los hombres, y otros muchos
estaban heridos. Algunas mujeres consiguieron escapar y ocultarse en el bosque
o en las granjas más alejadas, pero otras fueron capturadas, como ella. Los
helios no estaban interesados en una gran cantidad de esclavas, su prioridad
era llevarse provisiones y bienes de vuelta a su tierra, de modo que habían
dejado unos pocos hombres a cargo del castillo y encerrado a los selenos que
pudieran suponer alguna amenaza: los jóvenes y los pocos hombres adultos que
sobrevivieron al ataque. Algunas esclavas viajaron con ellos a Helios, Serena
entre ellas. No fue la única jefa de clan capturada, aunque por ejemplo la
madre de Iria se había salvado porque estaba de viaje en Proteo con la mayor
parte de su familia. Otras habían muerto. Los helios invasores pertenecían a
diferentes clanes que, por una vez, se habían organizado para repartirse los
territorios y el botín. Ella acabó en un clan de los más alejados vendida como
esclava. Allí la había comprado el hijo mayor del jefe, Malcolm.
Serena cerró los ojos con fuerza
tratando de ahuyentar los dolorosos recuerdos, pero acabó desistiendo de
intentar dormir. Si se quedaba en la cama la angustia la ahogaría. El sol
comenzaría a asomar por detrás de las colinas en apenas un rato, de modo que optó
por levantarse. Abrió un arcón y sacó su espada. Practicar siempre la relajaba,
así que se puso un vestido viejo y cómodo y comenzó con su rutina habitual: la
mirada fija al frente, las dos manos empuñando el arma con firmeza y
movimientos controlados y armoniosos. La espada no era pesada, pero al cabo de
un rato sus brazos empezaron a acusar el ejercicio y su frente se perló de
gotitas de sudor. Aun así, no se detuvo. Solo cuando el movimiento en el patio
y el ruido en el pasillo le indicaron que el resto de la gente había empezado
también a levantarse dio por concluida la sesión de entrenamiento.
Se aseó y se cambió de ropa para
bajar a desayunar. Se miró en el espejo antes de salir, y negó con la cabeza al
ser consciente de las ojeras y los ojos cansados. Casi todos los días se
levantaba con esa cara, así que al menos nadie se sorprendería.
Cuando llegó al comedor, Jana y
Marcus estaban ya sentados a la mesa comiendo con apetito.
—Buenos días —los saludó mientras
se acercaba—. Os habéis levantado temprano.
—Hoy empiezan las reparaciones en
la escuela —le recordó Marcus—. Vamos a echar una mano. Bueno, en realidad Jana
supongo que va a mangonear.
—Idiota —murmuró su hermana con
gesto burlón—. No encontrarías los agujeros en el tejado ni aunque metieras la
cabeza por ellos.
La reina sonrió y se sentó. Judy
llegaba de la cocina en ese momento con una bandeja, de la que le sirvió un
poco de pan y algo de fruta. Leo entró en el salón desde el patio, acompañado
por Denis.
—Buenos días —dijeron al unísono.
Marcus se volvió hacia su amigo.
—¿Al final también te vienes,
Leo?
—Espero que sí, los caballos están
atendidos, y de todas formas había pensado en pedirle a Nadir que se quede a
cargo de las cuadras por un rato. Ella no será muy útil en la obra de la escuela,
pero mis pequeños la adoran.
Jana iba a protestar cuando se
oyó la voz de Nadir desde las escaleras.
—Gracias por considerar que no
soy una completa inútil, Leo.
Cuando entró en el salón sus ojos
azules echaban chispas. Leo se disculpó solo a medias:
—Bueno, entiéndeme, no tienes
bastante fuerza para mover tablones y dudo que hayas visto una obra selena en
tu vida. Pretendemos que la escuela aguante las tormentas en invierno.
—Leo, basta.
Fue la voz de Lena la que
interrumpió a Leo. Había bajado con Jay casi inmediatamente después que Nadir.
Su marido llevaba en brazos a la pequeña Alana, pero Dunia enseguida apareció
para coger a la niña y permitirles desayunar tranquilos mientras ella la
mimaba.
Jay contuvo la sonrisa. Su
princesa tenía una autoridad indiscutible, aquel tono de voz no admitía
réplica.
Leo se mordió la lengua y respiró
hondo antes de darse por vencido y disculparse en serio.
—Lo siento, Nadir, no pretendía ofenderte. ¿Te quedarías
a cargo de los caballos para que yo pueda ayudar en la obra?
—¿Mi tacto y mi inteligencia emocional para que tú puedas
alardear de tu fuerza bruta? —preguntó ella provocándolo a su vez—. En fin,
supongo que después de todo te hago un favor.
—¿No creéis que ya está bien de niñerías? —intervino por
fin Serena. Las pullas cesaron de inmediato y todos se centraron en el
desayuno. Denis se sentó junto a ella, como era su costumbre, y empezó a
servirse de la bandeja.
—No tienes buena cara, mi Señora.
—Gracias, Denis.
—Lo digo en serio —protestó él observándola con
preocupación.
—Sabes que no duermo bien.
Por supuesto, Denis lo sabía. Y
odiaba encontrarse cada mañana aquellas ojeras y aquellos ojos enrojecidos.
Apenas podía recordar una docena de mañanas en las que la reina se hubiera
levantado descansada y sonriente en todos los años que él llevaba en el castillo.
Y eran ya más de diez.
Denis provenía del clan vecino, y
había perdido a casi toda su familia en la guerra. Aunque sus padres eran
granjeros, él había querido ser parte de la guardia tan pronto como empezaron
los primeros ataques helios. Su madre se negó en redondo, y su esposa, Miriam,
también. No se atrevió a enfrentarse a ambas, y siguió trabajando en la granja
incluso cuando la amenaza de guerra era patente. Entonces fue cuando Miriam
decidió marcharse. Había recibido noticias de su madre y su hermana, que vivían
en Eolo y temían por ella, y accedió a ir a visitarlas, ya que su hermana
estaba embarazada. Aquella fue la penúltima vez que Denis vio a su mujer. Tardaron
siete años en reencontrarse, después de acabar la guerra.
Había conseguido que su granja se
mantuviera a salvo durante algún tiempo, porque estaba alejada del pueblo, pero
finalmente los helios la atacaron. Sus padres y su hermano menor murieron, y él
se quedó atrapado entre los escombros de la que había sido su casa mientras los
asaltantes lo daban por muerto. Incendiaron casi todo a su alrededor, estuvo
cerca de asfixiarse, pero sobrevivió.
Mientras se recuperaba, no hacía
más que lamentar con toda su alma no haberse preparado para defender lo suyo
antes de permitir que se lo arrebataran. No tardó en unirse a los soldados
selenos y de inmediato se puso a disposición de su jefa de clan, la madre de
Iria. Toda la familia había tenido la suerte de estar de viaje al comenzar el
asalto a la villa, y se había ocultado en los bosques cuando fue posible
regresar. En apenas unos meses, los selenos estuvieron en disposición de
combatir a los pocos helios que campaban a sus anchas por sus tierras, y los
expulsaron. Recuperaron la villa, el castillo y todo lo demás. Ayudaron a los
clanes vecinos a expulsar igualmente a los invasores. Pronto se supo que la
reina Serena había conseguido regresar de su cautiverio y expulsar también a
los helios de sus tierras, y las relaciones entre todos los clanes selenos no
tardaron en restablecerse y hacerse más fuertes que nunca. Los helios no
encontraron ya fisuras por donde colarse, ni debilidad en sus enemigos
naturales. Como tampoco contaban con el factor sorpresa, los ataques se fueron
espaciando y, por fin, después de años de hostilidades, los helios aceptaron un
armisticio.
Fue entonces cuando Denis decidió
viajar a Eolo. Había tratado de escribir a su esposa, a la familia de esta, e
incluso a su jefe de clan, pero no había obtenido respuesta. Solía ser la
guardia de cada clan la que se encargaba de llevar correo de unos jefes a
otros, pero las cartas que Iria supuestamente había hecho llegar a la familia
de Miriam, nunca habían recibido respuesta. Al final, el jefe del clan donde
vivía su esposa había respondido que las cartas habían sido entregadas, y ese
fue el detonante para que Denis decidiera ir a buscarla. Durante mucho tiempo
temió que hubiera muerto, pero al final su miedo fue otro: el de que simplemente
lo hubiera olvidado.
Se presentó en su casa sin previo
aviso, y esa sí fue la última vez que la vio. Un niño pequeño correteaba por el
patio, y Miriam salió a buscarlo. Se le congeló la sonrisa al ver a Denis.
Solo pudo ofrecerle excusas vanas,
como que lo había dado por muerto, aunque nunca se molestó en comprobar si
había sido así. Encontró a otro hombre y lo sustituyó sin más, de modo que tenía
un nuevo marido y un hijo pequeño. Una nueva vida.
Denis regresó a Selene y continuó
en el ejército por un tiempo. Hasta que en una visita que la reina Serena hizo
a su vecina y amiga, la oyó comentar que necesitaba reforzar su guardia,
admirando lo bien entrenados que estaban los soldados de Iria, entre los que se
contaba él mismo. En la primera ocasión que tuvo, se presentó ante su señora
para pedirle que lo recomendara para irse al clan Bryne. Él necesitaba un
cambio de aires y un nuevo comienzo, y la reina necesitaba un soldado
cualificado. Los dos salieron ganando.
En apenas unos meses estuvo al
frente de la guardia y se convirtió en la mano derecha de la reina. La admiraba
como nunca había admirado a una mujer. Era inteligente, tenaz y fuerte. Adoraba
a sus hijos y había sido capaz de superar las mayores desgracias y levantarse
de nuevo. Había reunido a su familia y había hecho de Selene un reino fuerte y
próspero, una vez más. Era generosa, trabajadora y cariñosa. Todos la
respetaban y rara vez utilizaba su poder para nada más que para mantener el
orden. Aunque eso sí, tenía que hacerlo a menudo, porque en aquella casa había
demasiados jóvenes con las hormonas revolucionadas, que se pasaban el tiempo
provocándose unos a otros.
Solo la había visto perder el
control con Jay, el helio que había venido con su hija menor. Denis se había
sentido realmente desconcertado y hasta un poco decepcionado por la forma en
que ella había reaccionado con aquel hombre, al que odiaba solo por ser helio,
presuponiendo que era capaz de lo peor sin molestarse en comprobarlo. A Denis,
Jay no le había parecido un hombre cruel ni peligroso de por sí, y no entendía
que la reina se obstinara tanto en apartarlo de la princesa. Aunque sabía que
Serena había sufrido la esclavitud y que su experiencia en Helios había sido
terrible, ella no hablaba nunca de eso, de modo que él solo tenía conjeturas al
respecto. Debía de haberlo pasado realmente mal, y pensar que su hija hubiera
corrido la misma suerte conseguía sacar lo peor de ella.
Por lo demás, el helio era
posesivo con la princesa, pero protector hasta extremos casi ridículos, y saltaba
a la vista que estaba loco por ella. Cuando Lena lo miraba y lo tocaba, parecía
que en cualquier momento pudiera salir flotando del castillo. Lo tenía
completamente a su merced.
Pero a la reina le había costado
horrores verlo. Había estado a punto de perder a su hija por culpa de su
cabezonería y su odio por los helios. Todos los selenos habían sufrido a causa
de la guerra, todos habían perdido seres queridos, pero la reina era una mujer
justa y ecuánime por naturaleza, y verla reaccionar así era sencillamente
incomprensible para él.
Y doloroso. Era evidente que el
helio que la había hecho su esclava la había hecho sufrir mucho. Ojalá no
tuviera que encontrarse nunca con aquel hombre, porque Denis no estaba seguro
de que su racional mente superior no estuviera tentada de descuartizarlo, por
poco civilizado que sonara eso.
Al menos las cosas se habían
normalizado con rapidez. Jay había demostrado merecerse el voto de confianza
que le habían dado, y estaba haciendo un gran trabajo entrenando a los
soldados. Se veía que estaba acostumbrado a mandar hombres y sabía lo que hacía,
de modo que Denis y él enseguida se habían entendido en ese aspecto. Aquello
había sido una grata sorpresa. En el tiempo que llevaban trabajando juntos, el
joven helio no le había causado el más mínimo problema, y se había ganado a
pulso su respeto. La tarde anterior le había pedido permiso para ayudar en las
obras de la escuela, y Denis no había visto ningún inconveniente en concedérselo.
Si la reina necesitaba algo, él estaba disponible y, además, todo iba más
despacio en aquellos días. El verano hacía que el tiempo pasara perezosamente,
como en un cómodo y cálido letargo.
El movimiento en la mesa sacó a
Denis de sus pensamientos. Ayudó a recoger los restos del desayuno y mientras
Leo, Marcus, Jay y Jana se iban a la escuela a reparar el tejado. Lena se quedó
con la niña y se dispuso a ayudar en las tareas de la torre, como era su
costumbre, Nadir se fue al establo como le había pedido Leo, y él se quedó solo
con la reina.
—¿Me necesitarás esta mañana, mi Señora?
La reina se giró y lo miró a los
ojos, con una sonrisa suave. Siempre tenía un gesto amable para él.
—Sí, Denis, dentro de un rato.
Ahora voy a escribir unas cartas, pero luego quiero ir con Lena a practicar con
el arco. Me vendría bien que nos ayudaras.
—Desde luego, Señora. Iré a dar
instrucciones a los soldados para esta mañana. Cuando me necesites solo tienes
que mandar a buscarme.
—Gracias, Denis.
Mientras él se dirigía al patio,
la reina se marchó a sus habitaciones. Nina estaba arreglando la estancia
cuando Serena entró y se sentó en su escritorio.
—Enseguida acabo, mi Señora,
aunque si prefieres que vuelva luego...
—No, Nina, no es necesario,
puedes acabar. Solo tengo que escribir algunas cartas.
Su dama terminó de limpiar la
habitación mientras ella ponía al día su correspondencia y revisaba los libros
de cuentas que le había llevado Rorik la tarde anterior. Esa tarde tenía que
reunirse con él para ver si había que hacer algunos cambios en las cantidades
previstas para las reparaciones y en las compras de cara al invierno. La
primera obra era la de la escuela, que ya estaba en marcha, pero también había
que reparar las estancias donde dormían los soldados de la torre y uno de los
graneros que había adosados al castillo, donde se guardaban parte de las
provisiones. Tenían que aprovisionarse de leña para cuando empezara el frío y aumentar
las reservas de legumbres, cereales y frutos secos. Sus tierras producían alimentos
en abundancia, pero era su deber como jefa del clan mantener siempre una
cantidad suficiente almacenada, por lo que pudiera suceder.
El verano estaba pasando con su
habitual calma, pero pronto llegaría a su fin. Desde la boda de Lena, de la que
hacía ya dos meses, no había vuelto a haber ningún altercado ni ninguna
sorpresa en la apacible vida del clan. En ese tiempo Jay se había convertido en
parte de la familia, y había que reconocer que el joven helio se había adaptado
sorprendentemente bien. Lena lo adoraba, él las adoraba a ella y a la niña, y
estaba consiguiendo hacerse con el afecto y el aprecio de todo el mundo. Denis
confiaba en él, y eso a Serena le decía mucho. El jefe de su guardia era un
hombre cauto de por sí, y además tenía buena intuición para descubrir la
naturaleza de la gente. Si confiaba en Jay, era porque el chico lo merecía.
Al fin cerró los libros y se
cambió de ropa. Eligió un vestido beige de corte ajustado, sin mangas. Se lo
ciñó con un cinturón y guardó en él su pequeña daga, como tenía por costumbre.
Se giró entonces hacia Nina.
—¿Me ayudas con el pelo, por
favor?
—Claro, Señora.
Su dama le trenzó la rubia melena
y se la recogió en un moño bajo, adornado con un pasador tipo aguja labrado en
plata. Serena se miró al espejo una vez más y se acercó a un arcón para coger
su arco y su carcaj.
—Voy a buscar a Denis. ¿Puedes
decirle a mi hija Lena que se reúna con nosotros en el patio?
—Enseguida, Señora.
Satisfecha, salió al exterior
mientras Nina se internaba en la cocina. El sol brillaba con fuerza y la brisa
era muy suave. Era un día perfecto para practicar.
* * *
Espero que os haya gustado. Desde el 7 de Abril está disponible para su compra (o lectura con Kindle Unlimited) AQUÍ.
Hola,
ResponderEliminarMucha suerte con tu próxima publicación que todo te vaya muy bien.
Besos desde Promesas de Amor, nos leemos.
¡Muchas gracias! Nos leemos.
Eliminar¡Hola!
ResponderEliminarPues tiene muy buena pinta, así que te deseo la mejor de las suertes :)
Un abrazo
¡Mil gracias! Nos leemos.
EliminarAsí de primeras tiene muy buena pinta *-* Sabes que tengo muchas ganas de leer el primero. Desde que supe de su existencia que está en mi wishlist, así que espero poder leerlo muy pronto ahora que se avecina la publicación de esta segunda parte, que además parece que promete.
ResponderEliminarLo único que me ha chirriado un poco es que Nina se refiere a la reina tuteándola cuando se refiere a ella como «mi señora», pero supongo que tengo que conocer bien la historia. Eso ha hecho que me intrigue mucho por cómo es su relación, si es tan cercana como aparenta ser.
Cuando lea el primero, ¡serás la primera en saberlo! <33
¡Nos leemos!
No es una novela histórica, sino de fantasía, así que el trato es un poco distinto del que cabría esperar entre una reina y sus súbditos porque los usos y costumbres así lo establecen. Espero que te animes con la primera y ya me contarás. ¡Gracias por comentar!
EliminarEn ese caso, ya estoy deseando leer 'La Princesa de la Luna' para adentrarme en ese nuevo mundo *-* ¡Ojalá sea pronto! Ya te contaré <33
EliminarHola.
ResponderEliminarEspero que muchas personas se animen a entrar en Gaia. A mi el primer libro ya sabes que me ha gustado y espero leer este otro en un futuro, porque ahora imposible con la de pendientes que tengo.
Nos leemos.
Cuando te animes y tengas tiempo ahí estará. Espero que te guste tanto como el primero. ¡Besos!
Eliminar¡Hola! Pinta muy bien este primer capítulo y su portada es preciosa.
ResponderEliminarTe deseo mucha suerte en su publicación.
¡Muchas gracias! Un abrazo.
EliminarHola!! pues la verdad que tienes razón la portada es bonita, suerte con la publicación y déjame decirte que este primer capitulo esta muy bueno.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Me alegro de que te gusten, tanto la portada como el capítulo. ¡Besos!
EliminarBuen post, mucha suerte ♥
ResponderEliminar¡Gracias!
Eliminar¡Hola! El capítulo me ha gustado mucho☺️. Se ve que el libro va a estar muy bueno.
ResponderEliminarNo he leído el anterior, así que paso ya a buscarlo.
Mucha suerte! ��
¡Gracias! Si te animas a leerlo ya me contarás. ¡Besos!
Eliminar