Por mi cumpleaños estuve en duda entre este libro y El día que dejó de nevar en Alaska. Opté por el otro porque este era más breve y quería que mi regalo me durara, aunque tenía claro que también lo leería tarde o temprano. He tenido la suerte de encontrarlo en Prime Reading y me ha durado un suspiro. ¡Y qué preciosidad!
SINOPSIS:
Esta es una historia de amor, de sueños y de vida.
La de Valentina. La chica que no sabía que tenía el mundo a sus pies, la que creció y empezó a pensar en imposibles. La que cazaba estrellas, la que anhelaba más, la que tropezó con él. Con Gabriel. El chico que dibujaba constelaciones, el valiente e idealista, el que confió en las palabras «para siempre», y creó los pilares que terminaron sosteniendo el pasado, el ahora, lo que fueron y los recuerdos que se convertirán en polvo.
* * *
Estaba avisada, sabía que iba a llorar, pero ¡qué a gusto se llora a veces cuando terminas una historia que te ha llegado muy adentro! La narración es sencilla y fluida, muy en el estilo de la autora, que me gusta cada vez más. Los personajes son entrañables. Una pareja que se conoce cuando son apenas unos jovencitos sin otra cosa que una vida por delante llena de incertidumbre. Pero con mucha energía, y curiosidad y, muy pronto, ilusiones y ganas de explorar el universo de la mano, criando un amor que crece con ellos y que les dará tanto alegrías como momentos amargos y épocas de distanciamiento y casi indiferencia. Como la vida misma.
Es imposible no enamorarse de Gabriel, porque es pura generosidad, valentía, pasión y amor. Y de Valentina, porque no sabe que tiene el mundo a sus pies, como dice Gabriel, y cuando abre los ojos y se atreve a extender la mano para cogerlo es imparable. Es una mujer de una época en la que las mujeres no eran educadas para tener sueños, pero Gabriel le enseña a tenerlos. La libera, en cierto modo. Y ella alza el vuelo, pero también se da cuenta de que no puede dejarlo atrás, de que él, a su vez, la necesita.
Es una preciosa historia de amor y de vida que todo el mundo debería leer. Porque a veces llorar también sirve para limpiar el alma y ver las cosas de otro modo, más profundo y más brillante.
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