Muy, muy pronto saldrá a la venta en Amazon mi próxima novela: Magia Elemental. Es una historia de fantasía contemporánea, romántica, por descontado.
Para ir abriendo boca, os dejo el primer capítulo.
CAPÍTULO I
LA
NOCHE EN QUE EL SUEÑO SALVÓ AL SOÑADOR
Una infinidad de cuerpos sudorosos se movía al compás de la atronadora
música de la discoteca. El local era inmenso y únicamente la enorme pista
central estaba relativamente bien iluminada. El resto permanecía en una
penumbra sugerente y discreta rota solo a ratos por los destellos lejanos e
intermitentes de las luces de colores.
En uno de los extremos de la pista había una chica. Estaba sola y miraba
lentamente alrededor, como si buscara a alguien. Un tipo alto y desgarbado, con
aire de gallito, se le acercó y le dijo algo, pero ella se limitó a descartarlo
con un leve y desdeñoso gesto de su mano. Sin más, el tipo se volvió por donde
había venido y buscó un nuevo objetivo.
Otro hombre siguió el movimiento desde la barra que había en el piso
superior, en el extremo opuesto del local, desde donde se podía observar con
comodidad sin llamar mucho la atención. Sus ojos estudiaron a la chica con una
mezcla de extrañeza y curiosidad. Parecía menuda, aunque bien proporcionada,
con una melena larga, ondulada y oscura. Iba vestida de negro de pies a cabeza,
con un vestido corto, vaporoso y escotado y unas botas de tacón alto. No podía verle bien la cara, pero no le hacía
falta, ya sabía cómo era: sus ojos eran castaños, casi rojizos, intensos y
perturbadores, su tez morena y su rostro dulce, entre aniñado y salvajemente
sensual.
Amets apuró la copa y echó a andar hacia ella. Tenía que hablar con
ella. Tenía que saber. Se dirigió a las escaleras para bajar al piso inferior y
se dispuso a atravesar la pista.
Y sin embargo, cuando apenas había dado cinco pasos en su dirección y se
hallaba aún en medio de la marabunta de gente que los separaba, ella lo miró,
esbozó una sonrisa que parecía casi una burla, se dio la vuelta y desapareció.
Por más que lo intentó, no volvió a verla, a pesar de haber recorrido la
discoteca de parte a parte. De cuando en cuando lo sorprendía el movimiento de
una melena oscura captado por el rabillo del ojo, o la sensación de unos ojos
clavados en su nuca, pero tan pronto como se giraba en esa dirección, la
ilusión se desvanecía.
Regresó a su apartamento confundido y frustrado.
Había soñado con ella la noche anterior. Solo fue un retazo de sueño, en
realidad. No sabía su nombre, ni qué hacía allí, pero sabía que lo miraría
desde el otro lado de la pista, y que él tenía que intentar acercarse. Lo había
intentado, aunque no esperaba conseguirlo, de todas formas. Su sueño se había
interrumpido ahí.
Se sentó a dibujar un rato antes de acostarse. No había bebido apenas,
por lo que estaba razonablemente despejado, y aunque era muy tarde no se sentía
cansado. Al menos no lo suficiente. Tenía un cómic a medio terminar y podía
intentar avanzar un poco.
Sin embargo las musas no estaban de su parte aquella noche. O tal vez
los demonios, en realidad daba igual. El boceto que tenía empezado se
interrumpía bruscamente en su cabeza porque solo le venían imágenes de aquella
chica. Cuando se dio cuenta, la estaba dibujando a ella.
Arrugó el papel y lo tiró a la papelera. Se tumbó en la cama sin
molestarse en apagar la luz ni en desnudarse. Solo pretendía descansar un poco
la vista y apartar de su cabeza aquel rostro de duende.
Pero se durmió profundamente.
Hasta aquella noche, él nunca había formado parte del sueño. Lo veía
desde fuera, como un mero espectador. Sus sueños eran extraños, oscuros y a
menudo aterradores, pero parecían imágenes en un televisor, imágenes que luego
él convertía en cómics recomponiendo los fragmentos que alcanzaba a recordar.
No le costaba mucho imaginar lo que no veía, de modo que las historias salían
de su pluma sin apenas proponérselo. Su inspiración nunca se agotaba: cuando no
tenía una historia en la que trabajar, solo tenía que dormir y, tarde o
temprano, conseguía una.
Había visto muertes y persecuciones, pero la angustia se quedaba siempre
en un nivel mínimo. No le afectaba el contenido del sueño porque era como ver
una película, no era real, y desde luego, no formaba parte de su vida. Ni
siquiera cuando había soñado con ella le parecía ser parte de la escena. La
miraba pero no podía alcanzarla, no estaba allí. Al menos, no llegaba a estar
lo bastante cerca. Había sido extraño verla después en la discoteca y comprobar
que, después de todo, ella sí parecía real, aunque de todas formas no había
podido verificar ese punto. Todavía podía engañarse pensando que había sido una
alucinación, o algún truco de su mente.
En cambio esta vez fue diferente. Cuando abrió los ojos, sobresaltado,
miró directamente hacia el rincón de la habitación junto a la ventana, sabiendo
lo que iba a encontrarse.
La chica lo observaba con curiosidad, apoyada con elegancia en la pared.
Ladeó la cabeza y le sonrió mientras él se incorporaba.
—Hola —lo saludó con una sonrisa burlona.
—¿Cómo has entrado? —preguntó él con recelo.
—¿No lo sabes? —respondió ella con un tono casi provocador.
Lo sabía, pero era imposible. No podía haber entrado por una ventana
cerrada, ni aunque hubiera trepado por el árbol que crecía junto a la fachada.
Miró hacia aquel punto como si esperara encontrarse los cristales hechos
añicos, pero estaban intactos.
—¿Quién eres? —le preguntó por fin, olvidando la pregunta anterior.
Ella volvió a inclinar la cabeza a un lado, como si estuviera
disfrutando de su desconcierto.
—Me llamo Naike.
—Vale... No era la pregunta adecuada. La pregunta es... ¿qué eres?
Ella sonrió ampliamente. Su boca era perfecta y sus ojos acompañaban la
sonrisa con chispas de sincera diversión.
—Soy… un hada.
Parpadeó, escéptico, y se frotó los ojos como si no pudiera creer que
estaba despierto.
—Las hadas no existen.
La chica puso los ojos en blanco y sus rodillas se flexionaron mientras
se venía abajo. La cogió casi al vuelo antes de que se derrumbara en el suelo.
Le vino a la cabeza algo como que cada vez que alguien dice que las hadas no
existen, en alguna parte, muere un hada. ¿Era de «Peter Pan»? Podía ser... O
no, ahora que lo pensaba, era de «Hook», aunque en realidad daba igual.
El corazón le martilleaba en el pecho cuando la chica abrió los ojos y
se rio. Se incorporó casi de un salto, zafándose de sus brazos, y le señaló con
un dedo.
—¡Has picado!
Durante un par de segundos no pudo hacer otra cosa que parpadear, sin
poder creerse que aquello le estuviera pasando. ¿Le estaba tomando el pelo?
¿Acaso estaba en uno de esos programas
de cámara oculta que tanto aborrecía? La chica cruzó la habitación en dos
zancadas y se acercó a su mesa de dibujo, donde estaban amontonados en confuso
desorden los bocetos en los que había estado trabajando unas horas atrás. Echó
mano a la papelera, de donde recuperó el último boceto. Lo estiró con mimo y lo
contempló atentamente. Amets se envaró.
—Oye, deja eso...
—Me has sacado bastante favorecida. ¿Cómo lo haces?
—¿Cómo hago el qué?
Ella soltó el dibujo, deslizó el dedo por la mesa con suavidad y siguió
recorriendo la habitación sin dejar de mirarle por el rabillo del ojo.
—Saber lo que va a pasar. Sabías que estaría en la discoteca, ¿no? Por
eso trataste de acercarte.
La voz de Amets sonó incluso más ruda de lo habitual cuando le
respondió.
—No te voy a decir ni una palabra más hasta que me cuentes de qué coño
va todo esto.
—Ya te lo he dicho, soy un hada. Ahora quiero saber qué eres tú. Por
cierto..., ni siquiera sé tu nombre, porque «Amets»... ¿es un seudónimo, un nick o algo así? Lo he visto en tus
cómics.
—Es mi nombre real.
—¿Y qué clase de nombre es ese? —preguntó ella frunciendo el ceño.
—Uno muy apropiado. Más de lo que te imaginas.
—¿Qué significa? Suena bien, me gusta, aunque estoy segura de no haberlo
oído nunca antes.
—Significa «sueño».
Un ruido sutil en la puerta del apartamento lo interrumpió. Las imágenes
estallaron en su cabeza y miró a la chica, preocupado. También había soñado
eso. No sabía muy bien cómo acababa el sueño, pero hasta donde había visto, no
era en absoluto tranquilizador. Ella debió de oírlo también, porque echó mano
de una especie de brazalete que llevaba en la muñeca izquierda, y que, como una
serpiente, se le enroscaba por todo el antebrazo. El adorno era casi
transparente, aunque no parecía de cristal, sino de alguna clase de plástico
con reflejos plateados y nacarados, como si tuviera purpurina. Al contacto con
sus dedos se soltó de su antebrazo y se estiró como un látigo.
—¿Cuántos son? —le preguntó apenas en un susurro.
—Uno, pero vienen más por las escaleras —respondió él sin vacilar.
—De acuerdo, entonces ven, deprisa.
Lo agarró por la camiseta y se dirigió a la ventana. No se molestó en
abrirla. La azotó suavemente con la punta de aquella especie de látigo y el
cristal desapareció sin más.
—Pero... ¿qué coño?
—Al árbol, rápido. Tengo la moto abajo.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió y un tipo enorme con
pinta de motero salido de una película de terror ocupó todo el vano. Tenía el
pelo negro como la noche, largo y grasiento, y un guardapolvo de cuero gastado.
En la mano llevaba algo que parecía ¿una bola de fuego? No, era imposible.
Aquello tenía cabida en un sueño, o mejor dicho, en una pesadilla, pero no
podía ser real…
La chica alargó una mano en dirección al árbol y las ramas se curvaron
hacia la ventana como si las hubiera llamado. Amets saltó para colgarse de la
más cercana mientras el látigo silbaba en la habitación reventando la bola de
fuego mientras estaba todavía en la mano del hombre.
O lo que fuera aquello.
Después la chica saltó tras él y, con una voltereta, se dejó caer al
suelo, donde esperaba una moto de gran cilindrada negra y plateada. Se subió en
ella, arrancó y le hizo un gesto con la cabeza.
—Sube antes de que vengan los refuerzos.
En ese mismo instante se oyó una maldición proveniente de su apartamento
y Amets subió de un salto, agarrándose a ella sin titubeos. La moto salió como
una flecha mientras el destello de lo que le pareció otra bola de fuego se
quedaba atrás.
Sin duda, estaba soñando. Solo esperaba salir vivo de aquella pesadilla.
La moto atravesó la ciudad como un relámpago, a una velocidad sin duda
ilegal, sin que nadie pareciera reparar en ella. Las primeras luces del
amanecer teñían el cielo de un hermoso color rojizo, pero la temperatura no
dejaba mucho margen para disfrutar del paisaje. Amets había salido de su
apartamento aprisa y corriendo, sin tiempo para coger nada más que lo que
llevaba puesto: unos vaqueros, una camiseta y unas botas ligeras, que sin duda
no eran la indumentaria adecuada para una madrugada fresca de septiembre, o al
menos, no en París.
Se encogió, pegándose más al cuerpo de la chica. Había dicho que se
llamaba Naike, tampoco era un nombre muy usual. Y que era un hada. Tenía pinta
de cualquier cosa menos de hada. Tal vez de bruja, eso era más creíble. Como la
noche anterior, iba vestida de negro, aunque el vestidito de la discoteca había
sido sustituido por unos pantalones ajustados, una camiseta y una cazadora de
cuero. Más apropiado para ir en moto que lo que él llevaba, de eso no había la
menor duda.
Cuando por fin paró, al cabo de más de media hora de loca carrera, en
una estación de servicio, él se bajó de la moto tiritando, furioso y con la
adrenalina por las nubes.
—¡¿Pero tú estás loca?! ¿A dónde se supone que me llevas?
—Al sur, ¿no te has dado cuenta? Parecías más listo —le respondió ella
con insolencia.
—Mira, guapa, déjate de hostias. Me has sacado de mi apartamento en
plena noche, con lo puesto y sin dejarme coger ni las llaves —palpó el bolsillo
trasero de los vaqueros y comprobó que, por lo menos, llevaba su cartera con
las tarjetas de crédito y la documentación—. ¿Quién coño era el macarra ese que
entró en mi casa? ¿De qué va todo esto? ¡Estoy helado, y harto de adivinanzas!
Ella había aparcado la moto a cierta distancia de la pequeña tienda de
la gasolinera, ocultándola de la carretera tras un enorme camión. Lo miró de
arriba abajo y sonrió con cierta timidez.
—Perdona, no me había dado cuenta de que no ibas adecuadamente vestido.
Cuando la vio echar mano del brazalete, dio un paso atrás, tensándose.
Ella arqueó las cejas.
—¿Me tienes miedo?
Él le sostuvo la mirada, con los sentidos en alerta.
—Aún no lo he decidido. ¿Qué es esa cosa?
Ella sacudió el artilugio, que se movía con la fluidez de una anguila en
su mano. No parecía tan largo ni tan amenazador como cuando lo había hecho
restallar como un látigo contra el individuo de la bola de fuego.
—¿Esto? Una varita mágica, ¿qué podría ser si no?
Era lo último que esperaba oír. Se giró y echó a andar hacia la tienda
de la gasolinera. Seguramente habría un teléfono, ya que su móvil se había
quedado encima de su escritorio. Podría llamar a alguien y pedir ayuda. A la
policía, desde luego. A alguien que encerrara a aquella pirada y lo llevara de
vuelta a su casa.
Sintió un ligero chasquido cuando la varita, el látigo o lo que fuera,
se movió en su dirección. Apenas lo tocó, pero una luz blanca y brillante lo
recorrió de la cabeza a los pies y de repente, llevaba puesto un jersey negro,
unos vaqueros negros, y botas de motorista, y una cazadora de cuero parecida a
la de ella.
Se giró boquiabierto buscando una explicación. Ella lo miraba con una
sonrisa de satisfacción.
—¿Mejor así? Me gusta el negro. Y te queda bien.
—Naike... Te llamas Naike, ¿no?
—Sí.
—¿Cómo has hecho eso?
—Con la varita mágica, acabas de verlo.
Sacudió la cabeza e inspiró hondo, exasperado. Aquello no iba a ninguna
parte. Debía de estar soñando, esa era la única explicación.
—¿En serio pretendes que crea que eres un hada?
—¿Y por qué iba a mentirte en algo así? —Ella también parecía estar
empezando a perder la paciencia—. ¿No viste al brujo en tu apartamento? Pensé
que habías visto que llegaba…
—Lo vi, pero… Espera, ¿pretendes decirme que era un brujo de verdad?
Lo miró como si fuera estúpido.
—¿Te estás quedando conmigo? Tú identificas brujos día sí y día también.
—¿Yo? —respondió él desconcertado—. Yo no he visto un brujo en mi vida.
Los únicos brujos que he visto ha… sido… en… sueños…
Ella inclinó la cabeza a un lado, con ese gesto que le había visto hacer
ya varias veces. Frunció el ceño y sentenció.
—De modo que así es como lo haces… ¡lo ves en tus sueños!
—Espera, espera… —Amets dio un par de pasos y se sentó en el bordillo
sujetándose la cabeza entre las manos—. Mis sueños…, mis dibujos… ¿son reales?
Quiero decir… ¿he estado dibujando gente que existe en realidad?
—¿Acaso no lo sabías?
—¡¿Acaso tengo cara de saberlo?! —preguntó él alzando la voz.
—No. Vale, perdona. Asumo que no tienes ni idea de lo que eres y lo que
haces…
—Pero tú vas a iluminarme. Ahora mismo.
Ella se giró levemente hacia la moto.
—Deberíamos seguir, solo pretendía asegurarme de que estabas bien.
—Pues no estoy bien, estoy congelado como un puto carámbano y me va a
estallar la cabeza. Necesito café y necesito que me expliques qué pinto yo en
todo esto o me volveré loco.
Naike se mordió el labio, inclinó la cabeza y suspiró.
—Está bien, vamos dentro. Hay una máquina de café, pero no podemos
perder mucho tiempo, nos estarán buscando.
—Entonces, con más razón deberías decirme por qué, ¿no crees?
Ella le tendió la mano para ayudarlo a levantarse y echó a andar hacia
la pequeña tienda de la gasolinera.
—Esto nos va a llevar un rato…, espero que no tenga que arrepentirme
después.
* * *
¿Y bien? ¿Qué os ha parecido? ¿Me dejáis un comentario? ¡Me encantará leer vuestras primeras impresiones!
¡Muy pronto más noticias!
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Ohhhh, me encanta, tiene muy buena pinta. La escena está muy lograda, es rápida y te mete de lleno en la narración. Ahora quiero saber más de Amets... adoro todo lo que tenga que ver con el mundo onírico. Estaré atenta de tus publicaciones *_*
ResponderEliminar¡Un besazo!
Gracias, Abigail! Espero que te guste si finalmente te animas a leerlo. Me encantará saber tu opinión!
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