lunes, 20 de julio de 2020

Magia Pura, capítulo 1

Bueno, pues después de la portada y la sinopsis de Magia Pura, toca degustarla un poquito leyendo el primer capítulo. Esta historia transcurre en su mayor parte en paralelo a Magia Salvaje, por lo que también arranca en el punto en que terminaba Magia Elemental, por lo que es aconsejable leer primero ambas. Si no las has leído, aquí tienes los enlaces de compra. Por poco más de lo que valen dos cafés puedes tenerlas, y te van a durar bastante más. 
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Capítulo 1:


 1. EL DESPERTAR


El día era claro, y sin embargo la luz apenas iluminaba la habitación donde tenían confinado al joven brujo. Kimi cerró la puerta tras de sí y recorrió los pocos pasos que la separaban de la ventana. Subió la persiana sin hacer ruido y se giró hacia la cama, donde él descansaba en la misma posición que el primer día.
—Veo que sigues igual. ¿Te decidirás algún día a volver al mundo de los vivos?
Se sentó en el borde del lecho y lo miró, pensando una vez más que era realmente guapo. Su piel morena lucía la sombra de una barba incipiente y aun así bastante poblada. No era capaz de precisar la edad que tenía. Podía ser un par de años mayor que ella, o incluso un par de años más joven. Los labios llenos y sensuales se fruncieron en un gesto que podía ser de dolor, o incertidumbre. Kimi estuvo a punto de saltar de la impresión. ¡Se había movido!
Un par de parpadeos lentos y torpes siguieron al leve gesto de su boca. Abrió los ojos como si le costara la vida hacerlo, o como si no fuera capaz de enfocar la vista en ningún punto en concreto. El pulso se le aceleró al ser consciente de ella, que lo contemplaba boquiabierta.
—Estás… ¡estás despierto! —consiguió balbucear el hada con torpeza.
Él entreabrió los labios con lentitud, y trató de vocalizar algo, pero su boca no le respondía. Se incorporó como si buscara ayuda, y un tirón brusco lo retuvo, devolviéndolo a su sitio original. Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba atado a la cama con correas de cuero, y entonces el pánico se apoderó de él. Abrió desmesuradamente los ojos y forcejeó con las correas. Estaba debilitado y no tenía ninguna posibilidad de romperlas, menos aún teniendo en cuenta que Lance había tejido todo tipo de protecciones mágicas alrededor de ellas y de la habitación en su conjunto, pero no cejó en su empeño ni siquiera cuando el roce del cuero comenzó a herirle la piel. Conmovida, el hada alargó la mano y le acarició el rostro con ternura.
—Cálmate. No hagas eso, por favor. Te harás daño.
No había pretendido hechizarlo, pero la suavidad de sus  palabras tuvo un efecto inmediato sobre él, casi como si hubiera anestesiado su cerebro con una calma completa y hasta absurda. Se dejó caer laxo sobre la cama y respiró profundamente.
Probablemente era justo lo que necesitaba, y Kimi se alegró de que sus dones fueran a veces tan espontáneos y oportunos como para no necesitar hacer uso de ellos de forma consciente.
—¿Estás mejor?
La miró sin verla apenas, con la mirada ida, como si estuviera bajo el efecto de alguna potente droga. Parpadeó y tardó varios segundos en responderle, con la voz rota y débil:
—Sí.
—Voy a avisar a los demás. Quédate tranquilo, ¿vale?
Cerró los ojos y pareció que simplemente iba a asentir, pero los abrió de nuevo como golpeado por un rayo súbito de lucidez.  
—Espera.... ¿Quién eres?
—Soy Kimi. —Lo observó con atención, en cierto modo sorprendida—. ¿No me recuerdas?
Él pareció esforzarse en recordar, aunque por el gesto de su rostro, concentrado y confuso en la misma medida, Kimi supo que no había tenido éxito. Con el ceño fruncido, negó lentamente con la cabeza.
Ella imitó el gesto de él, frunciendo el ceño a su vez. No había pensado que pudiera despertarse y no recordar, aunque desde luego era posible, teniendo en cuenta el tiempo que había estado perdido en el limbo entre la vigilia y el sueño.
Por fin reaccionó y, sin mediar palabra, se levantó y se dirigió a la puerta. Tenía que advertir al resto.
La calma de él se esfumó de inmediato.
—¡No! No me dejes aquí, por favor.
Kimi se detuvo a medio camino y se giró a mirarlo. No quería dejarlo allí, atado y asustado, pero era preciso que avisara a los demás. Ya habría tiempo para explicaciones más tarde.
—Enseguida estaré de vuelta, te lo prometo.
Él protestó, y el ruego que escapó de sus labios se le trabó en la garganta, sonando como un quejido lastimoso.
—Dime al menos quién soy. ¿Por qué estoy atado? ¡Ayúdame!
La duda la asaltó. ¿Estaría fingiendo? No debía olvidar que había sido educado contra la gente como ella. No era de fiar.
—¿En serio no sabes quién eres?
Lo sintió tensarse un poco más y después temblar, hasta que sus ojos empezaron a brillar con lágrimas contenidas. Para ella fue un shock verlo así. Se suponía que era un brujo, fuerte, incluso peligroso. Y estaba ahí, frente a ella, a punto de echarse a llorar como un niño desvalido. Empezó a respirar superficialmente y de forma entrecortada, y ella decidió echarle una mano. Su naturaleza le impedía ser cruel con él.
—Arman. Te llamas Arman, ¿lo recuerdas? Eres… Bueno, tú… ¿crees en la magia?
Un breve espasmo de risa histérica lo sacudió, convirtiendo su boca en una mueca grotesca.
—¿Magia? ¿De qué estás hablando?
Kimi se acercó y lo miró con más intensidad, tratando de leer la verdad en sus ojos azules. Sucumbió a la tentación de sacársela por la fuerza. Al fin y al cabo, era su don natural. Y lo más sensato, puesto que no tenía motivos para fiarse de él.
—Dime la verdad.
Él volvió a luchar contra las lágrimas cuando el don de ella hizo efecto. Se vio impelido a responder como si le tirara de la lengua. Tartamudeó un par de sílabas y tragó con dificultad antes de poder dar una respuesta coherente.
—No sé quién soy ni por qué estoy aquí.
—¿Puedes hacer magia?
Por la expresión de su cara, la pregunta debía de resultarle absurda. Pareció a punto de reírse, incluso. Sin embargo, el leve espasmo fue suficiente para que las correas le recordaran que seguía atado y podía hacerse daño. Entornó los ojos y compuso un gesto amargo.
—¿Me tomas el pelo? ¿De qué va todo esto?
Ella inspiró hondo y extendió su mano hacia él. Sin tocarlo siquiera, remedó una caricia por encima de su rostro que lo sumió de inmediato en un abandono torpe e inconsciente y, de un instante a otro, le hizo sentir que todo estaba bien y nada de lo que le había preocupado un minuto atrás importaba.
Salió de la habitación dudando entre la urgencia que la empujaba a lanzarse corriendo escaleras abajo y el desconcierto que la paralizaba. El corazón le pulsaba con fuerza en el pecho y amenazaba con salírsele por la boca, pero no podía apenas mover los pies. Era como si estos se negaran a abandonar al chico perdido y angustiado que estaba al otro lado de la puerta, atado a una cama sin saber ni quién era. Se asomó a la barandilla al oír voces en el recibidor y comprobó que Amets y Naike acababan de regresar de dar un paseo. Su amiga la miró con preocupación y en alerta.
—¿Qué ocurre, Kimi?
Kimi se quedó unos segundos en silencio, ausente y con la mirada perdida. Luego alzó la comisura de la boca en una sonrisa nerviosa.
—Se ha despertado.
—¡¿Qué?!
El grito unánime de sus amigos resonó por la planta baja. Lance salió del comedor como una exhalación, mirando a los otros tres con visible desconcierto. Kimi repitió, con la voz más firme y el gesto más recompuesto:
—Arman se ha despertado.
Lance se lanzó hacia las escaleras al mismo tiempo que Amets. Al pasar junto a ella, le preguntó con urgencia:
—¿Te ha hecho algo? ¿Ha intentado herirte?
Ella negó, un tanto desconcertada. Amets dedujo con convicción:
—El hechizo protector ha debido de funcionar.
La rubia extendió la mano y los detuvo con suavidad al ser consciente de que no alcanzaban a comprender el alcance de sus palabras. Los miró a los ojos, llena de esperanza y de ilusión.
—No ha hecho falta el hechizo. No puede hacer magia, ni siquiera recuerda quién es.
Los otros tres se miraron desconcertados. Lance, como jefe en funciones, se adelantó y abrió la puerta del cuarto donde estaba Arman. El muchacho estaba tumbado en la cama, amarrado de pies y manos. Ni siquiera hizo amago de moverse. Una sonrisa somnolienta pintaba su rostro y respiraba con absoluto abandono, como si, de hecho, estuviera a un paso de caer en un sueño profundo y reparador.
—¿Está hechizado?
—Estaba muy nervioso —le respondió Kimi casi en un susurro—. He tenido que calmarlo.
—Lo has dejado grogui —la reprendió Amets desde el quicio de la puerta—. O eso, o se ha quedado idiota con mi hechizo. ¿Crees que eso es posible?
—¡Amets! —Naike lo reprendió dándole un codazo y  entró en la habitación para situarse junto a Kimi a un lado de la cama—. No se ha quedado idiota. En cuanto Kimi levante el hechizo se recobrará.
Kimi miró a Lance, a la espera de su beneplácito. Cuando este asintió, la calma se disipó como la niebla bajo el sol. Arman tiró de las sujeciones de forma inconsciente. Su corazón se disparó mientras los miraba alternativamente. La grave y modulada voz de Lance sonó más intimidante de lo que el mago hubiera deseado cuando le preguntó:
—¿Sabes quiénes somos?
El muchacho negó frenéticamente con la cabeza y tragó un nuevo nudo de nervios. Kimi se acercó y posó su mano sobre el brazo extendido de él. Sus ojos hicieron contacto y Arman inspiró como si tratara de hallar valor para enfrentarse a lo que fuera que se avecinaba.
—No queremos hacerte daño, cálmate.
La reacción al suave susurro de Kimi fue una relajación inmediata, si no completa, sí considerable. La ansiedad pareció esfumarse con las sencillas palabras del hada.
—¿Sigue teniendo su poder? —preguntó Amets con la voz teñida de desconfianza, mientras miraba alternativamente a Naike y a Morgan.
—Lo tiene —le respondió la primera—, pero juraría que no está desarrollado. Su potencial parece ser tan alto como el tuyo, pero de pronto parece como si partiera de cero.
—Ya te lo dije —interrumpió Morgan. Su magia es neutra. Tu hechizo la volvió neutra. Tendrá que aprender de cero y solo entonces podrá volver a desarrollar su potencial. Ahora mismo es un novato, y diría que inofensivo.
Ante las palabras «poder», «magia» y «hechizo» los ojos azulados del joven brujo se habían ido estrechando paulatinamente, víctimas del desconcierto. Al final la calma que Kimi le había transmitido fue superada por el miedo. Pasó la mirada de uno a otro alternativamente, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho y la boca entreabierta y reseca, presa de la angustia. 
—¿Qué queréis de mí?
Amets dio un paso al frente y miró a Lance con cierta reverencia, pidiéndole permiso para tomar las riendas de la situación.
—Adelante —concedió el mago.
—Bien. Verás, resulta que eres un… mago. Puedes hacer magia. Ahora mismo no te acuerdas, pero puedes. —La boca del prisionero se fue abriendo progresivamente, en un gesto a medio camino entre el estupor y las intenciones de protestar—. Por desgracia  no te juntabas con las compañías más aconsejables y por tanto no has aprendido nada bueno. Por eso estás aquí. No puedes seguir relacionándote con la misma gente.
—Yo no… —arrancó por fin—. No sé de qué me estás hablando. No recuerdo nada y, desde luego, no puedo hacer magia.
—No se puede negar que sois hermanos —bromeó Naike.
La mirada de advertencia de Amets llegó tarde, cuando ella ya había soltado la bomba. Arman se quedó boquiabierto del todo, observando la piel morena del otro, su pelo negro, sus rasgos angulosos.
—¿Hermanos? ¿Eres mi hermano?
—Medio hermano.
—Dale una tregua, Amets.
El aludido suspiró y miró a Morgan con apatía.
—¿Qué quieres que le cuente? ¿Cuentos de hadas?
Las tres hadas rieron la involuntaria gracia.
—Pues sí, la verdad es que eso exactamente es lo que deberías contarle.
Amets se puso serio y trató de volver al tema que les ocupaba.
—Somos hermanos de padre. Yo lo descubrí hace poco, tú estabas con él. No puede encontrarnos, a ninguno de los dos. Es más que probable que quiera matarnos.
La cara de Arman se descompuso aún un poco más. Kimi hizo amago de mover su mano, pero se contuvo. Los dedos le hormigueaban por alcanzarlo y calmar su ansiedad, pero no debía intervenir. Tenía que escuchar, era la única forma de que entendiera y les otorgara su confianza.
—¿Por qué querría matarnos?
—Digamos que no tolera bien las negativas.
El silencio se hizo en la habitación. Las pupilas de Arman se dilataban por momentos y su respiración se aceleró un poco más. Lance tomó por fin la palabra al ver que la elocuencia no era una de las virtudes de Amets.
—Escucha, chico, la magia existe. Hay gente que la tiene y que, según cómo la use, se clasifica en magos o hadas, o brujos y brujas. Amets y yo somos magos, y las chicas son hadas. Tu padre es un brujo y te educó como tal.  Y tu hermano, en medio de una pelea, tuvo una reacción descontrolada y te borró la memoria, así que ahora no eres ni una cosa ni la otra. Nuestro deber es evitar que vuelvas a usar la magia para hacer daño, por eso estás atado. Es una medida de precaución.
El chico negó nerviosamente con la cabeza.
—Estáis locos. La magia no existe.
Lance inspiró, el aire giró a su alrededor y de pronto la habitación desapareció y todos se encontraron en medio del desierto, bajo un sol de justicia. A poca distancia se veía un pequeño oasis con un grupo de palmeras que algunas rachas de viento sofocante y pesado mecían con desgana. Arman entrecerró los ojos como si el sol le quemara las retinas, negando mecánicamente con la cabeza.
—¡Esto es imposible!
Lance sonrió y ladeó la cabeza. Cerró los ojos por un brevísimo instante y entonces el día se volvió noche y las estrellas poblaron el cielo sobre sus cabezas. La temperatura cayó en picado y una corriente repentina los hizo estremecerse. Olía a bosque y a humedad. Bajo sus pies había hierba y en la negrura se intuían algunos arbustos. El silbido del viento les dijo que había árboles a poca distancia.
—¿Dónde está el truco? ¿Cómo puedes hacer esto?
—Porque soy un mago, ya te lo he dicho.
La habitación giró de nuevo, brusca y rápidamente, y volvió a su estado original. Con un gesto de cabeza, Lance indicó a Kimi que era el momento de usar su don. El prisionero estaba muy alterado por las revelaciones. Quedaba alguna posibilidad de que creyera que eran alucinaciones, pero si comprendía que lo que había visto era magia, era muy probable que su miedo alcanzara cotas peligrosas. No era cuestión de que le diera un infarto.
—Kimi, ayúdalo. Creo que ha sido demasiado para él. Ya sabes lo que tienes que hacer.
El hada asintió con seriedad.
—¿Podemos soltarlo, Lance? No es una amenaza, Morgan lo ha dicho.
Tanto Lance como Amets fruncieron el ceño ante la petición.
—Podría atacar a alguien. Tú eres la que tiene más cerca ahora mismo..
—Sin magia no tiene ninguna posibilidad contra ninguno de nosotros, y lo sabéis.
Lance, que a fin de cuentas era quien estaba al mando, lo pensó durante un par de segundos y asintió.
Kimi alargó las manos y desenroscó de una de sus muñecas una varita flexible de algo parecido a un plástico blancuzco e iridiscente. Al tocar con ella las correas, estas se soltaron por sí solas y desaparecieron en las esquinas de la cama.
Arman se encogió en respuesta, temeroso. Se frotó las muñecas doloridas mientras la miraba con reticencia.
—Cálmate, nadie va a hacerte daño.
Amets cruzó entonces una mirada con Lance, se acercó a la cama y puso una mano sobre la frente de su hermano.
—Descansa. Y nada de sueños. 

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